Cada casa es un mundo.
Cada casa tiene su propio orden, su propia vida, su olor, sus rincones especiales, sus ventanas al mundo. Nuestros hogares están hechos de nuestra propia esencia, y en ellos atesoramos recuerdos y momentos. Es un espacio íntimo, lleno de nuestras rutinas, de nuestras manías, repletos de nuestra propia forma de hacer las cosas.
Los libros pueden agolparse sobre la mesilla de noche, las revistas pueden hacer columnas de equilibrios imposibles al lado del sofá, el mando de la tele puede esconderse entre cojines y puede que las tablas de cortar duerman cada día en un cajón diferente de la cocina. Pero da igual, todo genera un orden, todo evoluciona en un equilibrio dinámico y de alguna manera todo encaja.
Los habitantes de algunas casas se sacan los zapatos en la entrada, en otras entran con las botas hasta la cocina. Unas casas tienen una cocina pequeña, justa para el que trabaja en ella, en otras la vida se hace entre fogones. A veces las habitaciones son salas de reuniones improvisadas, y otras solo se usan para descansar. Algunos salones son los centros de la vida de la familia, y otras veces están reservados para las visitas especiales. Las casas reflejan la vida de sus habitantes, sus costumbres, sus acciones, sus filosofías.
Los muebles de madera desprenden aroma, la chimenea tiene su propio olor, la tela del sofá también ayuda, y el suavizante de la ropa, el friegasuelos de limón... el perro (si es una casa afortunada), las alfombras, la cocina, las velas aromáticas y el ambientador. Cada hogar tiene su propio aroma.
Toda casa tiene sus rincones especiales. Ese sitio en el que te sientas a leer, aquel rincón en el que nadie te molesta, esa ventana que mira el horizonte y en la que ves llover, el sofá en el ves los partidos, la estantería donde tienes los libros pendientes de leer, o el cuarto de las herramientas. Incluso la mancha que dejó tu hermano cuando era pequeño, o el dibujo abstracto que el hijo de tus amigos que pintó en la pared de la cocina. En las casas ocurren muchas cosas, ¡casi todas! A veces incluso 3 o 4 generaciones viven en la misma casa en diferentes momentos, y al salir ves el árbol que plantó tu abuelo, la planta que te regaló tu tío, el mueble de la tele que comprasteis cuando tu hermano rompió la tele vieja, el sitio donde pusisteis la cuna antes de que naciera tu primer hijo. El sofá del primer beso, el recuerdo de la primera noche en el nuevo hogar, el primer día de frío o la tristeza de la despedida.
¿Y esto qué tiene que ver con “las cosas bien hechas”?
Una casa abierta es algo bien hecho. Cuando alguien abre su casa para ti está exponiéndose, está mostrando algo propio, importante, relevante. La hospitalidad es un valor en decadencia. Y después de un intenso fin de semana en el que me he sentido como en casa, aunque no lo he estado, esta es mi forma de dar las gracias.
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