sábado, 2 de enero de 2016

Tengo la sensación de un colegio vacío.

"Esta alocada intensidad me crispa y me encierra.
Es pura inercia ilógica la que nos mantiene en tierras de alienación.
El tiempo pasa y la ingenuidad se transforma en indiferencia. 
Si esto sigue así no podré contenerme."

La vida avanza. Atrás quedan etapas quemadas. Ya no es posible regresar. No podemos recuperar el equipaje que vamos dejando en el camino, las cosas que vamos perdiendo u olvidando.
Es ley de vida. El tiempo pasa.

Cada año que pasa la navidad se va cargando de tristeza. Una época tan emotiva, llena de fiestas, de cenas, de familiares y amigos... al final es normal que atrape sensaciones de vacío, de añoranza y de ausencias. En medio de la vorágine de la navidad he tenido tiempo revivir algunas cosas de mi niñez.

Me he visto a mí mismo jugando al trompo en el patio del colegio. Me he visto con las manos llenas de tierra jugando a las canicas con mi hermano -yo las perdía todas y él las ganaba-. He recordado cómo me llenaba la cara de ceniza en los magostos y cómo saltaba en el charco grande que había detrás del patio cubierto. He recordado también aquella vez que el patio estaba lleno de ramas, porque habían podado los grandes plataneros, y los niños jugábamos a escalarlas o inventábamos una aventura de los G.I. Joe mientras hablábamos de Oliver y Benji.
He recordado colarme a través del hueco de las rejas para jugar por la tarde en el patio del colegio por la tarde. He recordado subir al tejadillo a por un balón "embarcado" y luego saltar con los ojos cerrados porque me daba miedo bajar. He recordado alguna pelea sin importancia, una excursión a una catedral, otra a un castillo y otra a un planetario. He recordado mi primer viaje en avión, un aquapark con delfinario y un baile inolvidable. También alguna mala decisión que mi hizo prisionero durante años. He recordado que ir a la calle San Antoniño a alquilar una peli era ir muy lejos. El mundo terminaba en mi manzana, más allá era tierra inhóspita. He recordado la sensación de ver a mis amigos en el recreo desde la ventana de mi casa, un día soleado en el que yo estaba enfermo. He recordado el miedo de perderlo todo, la impotencia del cambio que se acerca y de las despedidas amargas a acabar el último curso. He recordado ir a la piscina de un amigo un verano caluroso, y a las piscinas de Campolongo poco antes del verano. He recordado cómo y dónde crecí. Y por supuesto he recordado a mis amigos.

-Si es que siempre has sido un poco moñas- Pues sí, para qué nos vamos a engañar. Pero ahora no tengo nada que perder, no voy a negar mi lado emocional. No voy a volverme indiferente, ni indolente a estas alturas. Demasiada apatía emocional, y demasiada indolencia hay en el mundo ya.

Supongo que cada uno lo vive de una manera. Cada uno crece, evoluciona, avanza, se hace mayor de una forma diferente. ¿Cómo has llegado a ser quién eres? ¿Cuándo perdiste la ingenuidad? ¿Cómo fue? ¿Lo recuerdas? Yo recuerdo cosas concretas que me cambiaron. Recuerdo vívidamente mi último año de colegio. Octavo de EGB, hace diecinueve años. Lo recuerdo con añoranza, con cariño y diría que incluso con respeto. Me acerco a esos recuerdos con cuidado de no trastocarlos, de no transformarlos. ¿Qué cómo se me ha dado por ahí? Me he reencontrado con mis amigos del colegio diecinueve años después, por culpa de un maldito y cruel malentendido que acabó en anécdota.

Todos estamos más mayores. Algunos tienen menos pelo, otros tenemos más kilos. Algunos con carreras universitarias de primer nivel, otros sin estudios. Unos solteros, otros casados. Algunos con hijos, otros autodeclarandose nómadas. Unos con canas coronando nuestras sienes, otros con arrugas de sabiduría en sus rostros. Algunos con buenos trabajos, otros luchando por el día a día. Allí sentados tomando algo fresco pude ver a los ojos de los niños que fuimos. Al final, con todo lo que ha pasado, somos los mismos. Con la sobriedad de la adulted, con el reposo de la experiencia, empezamos a darnos cuenta de que hemos nunca hemos dejado de ser aquellos niños que crecieron juntos y que luego se separaron por que la vida es caprichosa. Tal vez hemos abandonado la etapa de las vergüenzas, de los complejos, de los miedos absurdos. Esa tontería de descubrir quienes somos negándonos a nosotros mismos es una etapa pasada, y volvemos a estar enteros, íntegros, cómodos en nuestra piel, o quizás resignados. Pero mucho más seguros, más asentados, más reposados y más tranquilos.

Entre tanta anécdota se filtraron conversaciones más complejas, algo de política, algo de sociedad, algo de religión, pinceladas que me dicen que somos seres más complejos, con más dimensiones. San Antoniño ya no es lejos, nuestro mundo es más grande y más complejo y nosotros hemos evolucionado para adaptarnos a él.


Abandoné la niñez sin darme cuenta. Ahora me doy cuenta de lo genial que fue ser pequeño.

Desde aquí solo quiero daros las gracias, amigos. Tener amigos como vosotros es una cosa bien hecha, aunque nos veamos cada 19 años.





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