Me cansan las conversaciones vacías. Me aburren soberanamente. Se me antojan absurdas, apagan el corazón, agotan las ganas de todo, saturan mis oídos y me invitan a alejarme.
He visto a Fulano nosedónde haciendo nosequé. Me aburro, me canso, me frustro. ¿Qué sentido tiene? Mas allá de un comentario fugaz sobre un amigo común ese tipo de historias no esconden nada bueno.
Decimos que los seres humanos somos animales sociales, con la necesidad inherente de relacionarnos. Alguno hay capaz de evadirse y vivir en el ascetismo, pero no es la norma. Inventamos mil historias para trazar lazos de relación, desde la sencillez de los grupos de amigos de los niños de la guardería hasta la complejidad de las redes sociales o los blogs. Todo el tiempo es lo mismo, alguien intentando tener una relación con otro alguien, alguien intentando evitar la soledad. Pero tener una relación no es solo agregar a la lista de “amigos” del facebook. Es bastante más complicado. Una relación de verdad implica mostrar algo de lo que eres, algo de tu interior, algo propio de ti, de tu intimidad, de tu Yo más profundo. Y eso siempre da miedo. Mostrarse, exhibirse, darse a conocer. Es tan difícil que pocas veces lo hacemos. Y al final llenamos nuestras vidas con relaciones vacías, apoyadas en conversaciones absurdas sobre la nada y la nada lo invade todo, y finalmente eso somos NADA. Escondemos lo que somos y mostramos lo efímero, lo que no importa; no arriesgamos y finalmente no obtenemos nada. No hay significancia, no hay fondo, no hay chicha. Nuestras conversaciones se vuelven irreales, irrisorias, vacuas. Y lo efímero lo invade todo para mañana dejarlo todo otra vez vacío.
Y así acallamos a nuestra conciencia, o a nuestro ser interior que nos pide relacionarnos profundamente con nuestros semejantes. Nos engañamos con parches y nos condenamos a la obsolescencia, a no satisfacer una de nuestras necesidades más primarias y así a vivir insatisfechos. Y luego vienen los problemas provocados por la imposibilidad de relacionarnos significativamente con quién nos rodea, y aunque siempre estamos acompañados, nos condenamos a nosotros mismos a vivir solos.
No quiero que me cuentes chismes, o historias que poco o nada tienen que ver contigo o conmigo. No me importa, eso me roba tiempo que podríamos dedicar a algo más fructífero. Eso es un engaño universal para tenernos llenos de nada, pero llenos.
Lo que quiero es saber qué te mueve, qué te importa, como evalúas el mundo en el que vives. Lo que me interesa es saber en qué apoyas tus decisiones, cómo haces previsiones, cómo defiendes tu día a día. Quiero entender qué te emociona, qué te preocupa, en qué gastas tus recursos. Quiero ayudarte, aunque solo sea escuchando, quiero participar de tus decisiones, alegrarme en tus triunfos y apoyarte en tus fracasos.
Quiero saber quién eres.
Quiero poder decirte qué me motiva, qué me preocupa, cuáles son mis convicciones. Quiero que me ayudes a tomar decisiones, que comprendas mis miedos y que me ayudes a curar mis heridas. Quiero decir sin miedo lo que pienso, sin que me juzgues, sin que me acuses y sin que me penalices. Quiero que no estemos de acuerdo y poder discutir con calma. Quiero que mis éxitos también sean los tuyos, quiero compartir lo que soy.
Quiero que sepas quién soy.
Solo así podremos tener una relación significativa, solo así podremos tener una relación que valga la pena.
Solo así podremos decir que nuestra relación es una cosa bien hecha.
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