martes, 1 de julio de 2014

Déjate llevar.

Hace poco paseaba por Pontevedra y me encontré con unos buenos amigos de mis padres (y padres de buenos amigos míos). Tuvimos una conversación que me dejó pensando. Después de saludarnos amigablemente y descubrir que “todos estábamos bien” me preguntaron –¿vives aquí?, ¿en Pontevedra? –ojala. Contesté ojalá. Rápidamente cambié la respuesta, - bueno, yo me crié aquí. Le tengo cariño a Pontevedra y venía pensando en lo bonita que está. Estoy muy bien donde estoy.

Supongo que los sitios donde viviste de pequeño se te quedan grabados en la mente. Sobre todo si fuiste feliz. ¡Hay tantos buenos recuerdos escondidos en las calles de Pontevedra! Me fui de allí con 16 años, y la verdad es que me fui contento. Me mudé más cerca de mis amigos, más cerca de mis aficiones y más cerca de la playa. No me costó nada dejar tres lustros de urbanidad para irme a vivir al pueblo. Nada de nada. Pero eso lo quiere decir que mantenga una relación estrecha con la ciudad que me vio crecer.

En Pontevedra hay un lugar excepcional. Una especie de santuario de ambiente oscuro y cargado, lleno de gente hablando bajito. Un respeto reverencial hacia el arte contenido en aquel lugar lo envuelve todo. Al menos así es como yo lo recuerdo.

En aquel lugar hasta el más extraño era aceptado como uno más. De alguna forma todos los que estaban allí eran proscritos, bichos raros, gente extraña que hablaba de otros mundos, de otras lenguas. Un vínculo, un acuerdo que nadie se atrevía a verbalizar empapaba el santuario, un pacto de respeto y armonía. Difícilmente podías encontrarte con alguno de estos seres en las calles y mucho menos en los parques, o en las canchas de fútbol. Sus aficiones eran otras, sus intereses mucho más elevados. Barba, pelo largo, gafas y unos cuantos dados en el bolsillo en honor a Gary Gygax eran las señas de identidad. Móviles sonando con un mitiquísimo Re Mi Do Do Sol, Nokias 3210 intentando reproducir la Marcha Imperial. Roleros, otakus, fieles de Marvel o seguidores de DC Cómics; Warhamer gamers, aficionados a la fantasía y a la ciencia ficción, trekies y seguidores de Dragón Ball. Paz era un lugar de descanso para mentes inquietas.

Ahora es muy fácil ser un poco freak. Ya está asumido, ser freak es de lo más mainstream. Pero hace 15 años la historia era diferente.

La semana pasada pasé por Pontevedra. No pude resistirme, entré en la librería Paz. Estaba cambiada, era más luminosa, no sé. Más amplia. Las estanterías de los cómics estaban dispuestas de una forma diferente. Tal vez más lógica. Había poca gente dentro, y hablaban sin respetar aquel silencio que recordaba. Había mujeres dentro de la librería, eso nunca pasaba entonces. Entré hasta el fondo, donde podías revolver en los cómics, y aquellas mesas con separadores de cartón seguían allí. No me atreví a preguntar si les quedaba algún Dragon Fall, o si Neko seguía existiendo. Fui a la zona de fantasía y allí seguían las versiones de El señor de los Anillos ilustradas por Alan Lee, El Hobbit anotado y por supuestos todos los libros de Úrsula K Le Guin, los de Martin (no solo Canción de hielo y fuego), los de Terry… a la derecha ví un pequeño resto de productos de Warhammer 40.000
…  y recordé a tanta gente montando ejércitos de Warhammer… Recordé tantas horas de mazos y de Magic. La esencia de la librería seguia allí. Depués de tantos años, después de tanta crisis. Aquellas paredes seguían impregnadas del frikismo de cientos de chicos que pasaban sus días pintando soldados, debatiendo sobre si la muerte de Gandalf, buscando los cómics de Dragón Ball que estaban entintados como los originales (al revés), que discutían si dejar D&D y internarse en el rol de CyberPunk o en Vampiro.
Allí dentro tuve una hermosa sensación de añoranza. Sin tristeza, sin amargura. Me dejé llevar y recordé el tacto de los cómics en mis dedos mientras buscaba el que me interesaba, el olor a tinta que te inundaba al entrar, la emoción de llevarte a casa algo nuevo. Las preguntas sobre el rol, las tardes de Cyberpunk con Garu. Y tantas cosas más.
Hable un rato con el librero, se quejó de la crisis, ¡cómo no! Pero ahí seguen, al piel del cañón. Tantos años después. Por supuesto no pude irme sin un recuerdito… pienso volver. Pienso volver a menudo. Pienso volver tanto que me haga un habitual.

Te propongo algo. Haz memoria de un lugar donde ibas de joven, de adolescente, un lugar que siga en pié. Ve, mejor si puede ser solo. Entra y déjate llevar por las sensaciones, por los recuerdos. Regresa a tu juventud y disfruta del regreso. Céntrate en lo bueno. Olvídate de si ya no es lo mismo, o que si antes te gustaba más. Céntrate en recordar las sensaciones que viviste allí, e intenta percibir si todavía queda algo de todo aquello. A veces dejarse llevar los recuerdos es una cosa bien hecha.

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