Hace poco paseaba por Pontevedra y me encontré con unos
buenos amigos de mis padres (y padres de buenos amigos míos). Tuvimos una
conversación que me dejó pensando. Después de saludarnos amigablemente y
descubrir que “todos estábamos bien” me preguntaron –¿vives aquí?, ¿en
Pontevedra? –ojala. Contesté ojalá. Rápidamente cambié la respuesta, - bueno,
yo me crié aquí. Le tengo cariño a Pontevedra y venía pensando en lo bonita que
está. Estoy muy bien donde estoy.
Supongo que los sitios donde viviste de pequeño se te quedan
grabados en la mente. Sobre todo si fuiste feliz. ¡Hay tantos buenos recuerdos
escondidos en las calles de Pontevedra! Me fui de allí con 16 años, y la verdad
es que me fui contento. Me mudé más cerca de mis amigos, más cerca de mis
aficiones y más cerca de la playa. No me costó nada dejar tres lustros de
urbanidad para irme a vivir al pueblo. Nada de nada. Pero eso lo quiere decir
que mantenga una relación estrecha con la ciudad que me vio crecer.
En Pontevedra hay un lugar excepcional. Una especie de
santuario de ambiente oscuro y cargado, lleno de gente hablando bajito. Un
respeto reverencial hacia el arte contenido en aquel lugar lo envuelve todo. Al
menos así es como yo lo recuerdo.
En aquel lugar hasta el más extraño era aceptado como uno
más. De alguna forma todos los que estaban allí eran proscritos, bichos raros,
gente extraña que hablaba de otros mundos, de otras lenguas. Un vínculo, un
acuerdo que nadie se atrevía a verbalizar empapaba el santuario, un pacto de
respeto y armonía. Difícilmente podías encontrarte con alguno de estos seres en
las calles y mucho menos en los parques, o en las canchas de fútbol. Sus
aficiones eran otras, sus intereses mucho más elevados. Barba, pelo largo,
gafas y unos cuantos dados en el bolsillo en honor a Gary Gygax eran las señas
de identidad. Móviles sonando con un mitiquísimo Re Mi Do Do Sol, Nokias 3210
intentando reproducir la Marcha Imperial. Roleros, otakus, fieles de Marvel o
seguidores de DC Cómics; Warhamer gamers, aficionados a la fantasía y a la
ciencia ficción, trekies y seguidores de Dragón Ball. Paz era un lugar de
descanso para mentes inquietas.
Ahora es muy fácil ser un poco freak. Ya está asumido, ser
freak es de lo más mainstream. Pero hace 15 años la historia era diferente.
La semana pasada pasé por Pontevedra. No pude resistirme,
entré en la librería Paz. Estaba cambiada, era más luminosa, no sé. Más amplia.
Las estanterías de los cómics estaban dispuestas de una forma diferente. Tal
vez más lógica. Había poca gente dentro, y hablaban sin respetar aquel silencio
que recordaba. Había mujeres dentro de la librería, eso nunca pasaba entonces.
Entré hasta el fondo, donde podías revolver en los cómics, y aquellas mesas con
separadores de cartón seguían allí. No me atreví a preguntar si les quedaba
algún Dragon Fall, o si Neko seguía existiendo. Fui a la zona de fantasía y
allí seguían las versiones de El señor de los Anillos ilustradas por Alan Lee,
El Hobbit anotado y por supuestos todos los libros de Úrsula K Le Guin, los de
Martin (no solo Canción de hielo y fuego), los de Terry… a la derecha ví un
pequeño resto de productos de Warhammer 40.000
… y recordé a tanta gente montando
ejércitos de Warhammer… Recordé tantas horas de mazos y de Magic. La esencia de
la librería seguia allí. Depués de tantos años, después de tanta crisis.
Aquellas paredes seguían impregnadas del frikismo de cientos de chicos que
pasaban sus días pintando soldados, debatiendo sobre si la muerte de Gandalf,
buscando los cómics de Dragón Ball que estaban entintados como los originales
(al revés), que discutían si dejar D&D y internarse en el rol de CyberPunk
o en Vampiro.
Allí dentro tuve una hermosa sensación de añoranza. Sin
tristeza, sin amargura. Me dejé llevar y recordé el tacto de los cómics en mis
dedos mientras buscaba el que me interesaba, el olor a tinta que te inundaba al
entrar, la emoción de llevarte a casa algo nuevo. Las preguntas sobre el rol,
las tardes de Cyberpunk con Garu. Y tantas cosas más.
Hable un rato con el librero, se quejó de la crisis, ¡cómo
no! Pero ahí seguen, al piel del cañón. Tantos años después. Por supuesto no
pude irme sin un recuerdito… pienso volver. Pienso volver a menudo. Pienso
volver tanto que me haga un habitual.
Te propongo algo. Haz memoria de un lugar donde ibas de
joven, de adolescente, un lugar que siga en pié. Ve, mejor si puede ser solo.
Entra y déjate llevar por las sensaciones, por los recuerdos. Regresa a tu
juventud y disfruta del regreso. Céntrate en lo bueno. Olvídate de si ya no es
lo mismo, o que si antes te gustaba más. Céntrate en recordar las sensaciones
que viviste allí, e intenta percibir si todavía queda algo de todo aquello. A
veces dejarse llevar los recuerdos es una cosa bien hecha.
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